viernes, 5 de septiembre de 2008

El placer del texto

Se es virgen del horror como
se es virgen de la voluptuosidad
Cèline

Era la de Tim Burton, la última que estaban mirando. De una novia cadáver.
- ¿Con quién se va a quedar? –Preguntó él mirando al sesgo el flequillo que tenía sobre el hombro baleado.

- Con la muerta- había dicho la dormida, borracha.

- No sé nada de tus sueños- había dicho más tarde el del hombro herido y el corazón partido, con una noche insomne y sola de por medio.

Ella había soñado con un capullo que envolvía esponjosamente las piernas de una mujer dormida. Una sirena de tierra. El sueño había pasado del horror de un amenazante círculo familiar a la bella durmiente amenazada por un hombre. Algo le metía él por la boca. El color de la plástica que armaba el relato onírico también mutaba con el espesor del peligro: era un tono amarillo pálido. Los árboles del bosque adonde la habían arrastrado, negros, desnudos, de un invierno cruel.
De película de terror a cuento fantástico infantil, o mejor dicho, cómo resolver el terror de una forma soportable. Esa era la forma. Unas capas espumosas por sobre las piernas in-vestían la doncella.
La visión era plácida, preciosa, quieta, y el foco se afinaba sobre la boca. Ecos freudianos, al igual que el viejo sobre la boca de Irma. En un bosque donde él juntaba hongos con sus nietos. Esta vez lo blanquecino era la espuma que le rodeaba los labios, donde un hombre estaba por meter algo.
Espuma consecuencia del choque de la piel con un ácido muriático. “Murite”, dicen en el campo.
Erotismo áspero.
El ácido le disuelve la cara, ya no podrá preguntar “espejito, espejito…”
De tan fuerte, la mirada acéfala e inubicable que ‘mira’ el sueño, amplía la imagen y hace de la pantalla un bosque amplio con una pareja en el medio. Esa chica inerme a merced de una tortura.
Otra forma de decirle ‘quedate quietita’.

La novia cadáver.
Eso había sido.
La niña muerta.
La media-muerta.

Y los masajes en los pies, a la vez de empanadas, vinos, sillón.
El artificio hecho lycra que quitaban las manos aceitadas a la media-dormida, ‘desvelando’ unas uñas rojas por entre las cobijas.El chico intriga, que había tocado el punctum plantar… y preguntaba por los sueños de la que pedía disculpas por no saber cuánto le quedaba en renacer.

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